viernes, septiembre 09, 2005

días de escuela

No sabía si ir, después de todo ya han pasado como ocho años desde que egresamos de la universidad y a la mayoría de ellos no los veía desde entonces.
La verdad, no tenía ganas de ponerme a contestar las típicas preguntas caprichosas sobre éxitos o fracasos laborales y familiares, sobre todo teniendo la balanza más cargada a la sobre vivencia que a la buena y provechosa vida. En fin, cigarros, chaqueta y al metro.
Llegué algo tarde y por consecuencia ya estaban todos reunidos, muertos de risa y en la segunda ronda de cervezas, lo que implicó que mi entrada fuera con las típicas muestras exageradas de afecto, abrazos, bromas sobre la gordura y besos mojados.
Me senté algo incomodo y trate de enchufarme en la conversación antes de que llegaran las preguntas de rigor, forzando alguna broma para poder tomar un protagonismo defensivo y de repente los vi, ahí estaban, con esta gente había pasado mis años de escuela.
Los recuerdos empezaron a llegar solos, me fui volviendo invisible y pasé ese extraño umbral entre el hoy y el ayer, y me fui dando cuenta de que el yo que estaba con ellos, era ese mismo de hace más de una década.

-Te acorday de cuando nos tomamos la escuela y paramos la Universidad durante tres días forzando el primer claustro del ARCIS?
-Te acorday de cómo ganamos las elecciones de nuestro primer centro de alumnos?
-Te acorday de nuestra eterna pelea con los Comunistas y con los Socialistas renovados?
-Te acorday de cómo fuimos críticos de la estructura Marxista de la única universidad Marxista?
-Te acorday de cómo boicoteamos el primer congreso de estudiantes de periodismo en Concepción?
-Te acorday cuando recibimos a los obreros del carbón en su caminata a Santiago?
-Te acorday, te acorday, te acorday…

Y me acordé, pero no me acordaba, de verdad no me acordaba y se me abrieron los ojos junto con los recuerdos y me di cuenta de que a esta gente yo la quería, que había vivido con ellos no sólo estudios y borracheras, sino que también sueños, ideas.
Me di cuenta de que con ellos había echo mis mayores esfuerzos intelectuales, de que su amistad me había obligado a ser mejor persona, más grande. De que con ellos y por ellos, alguna vez había tenido la experiencia de algo parecido a la fe.
Entonces me senté relajado, volví a la mesa y a la conversación y los vi de nuevo con ganas de abrazarlos por esos días de escuela.